Desperté de un sueño temprano con un efluvio de pensamientos que me invitan a escribirlos. Dejo que fluyan de mí, como un parto—como mis hijos.
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Rememoro... ¿Qué me atrajo de ellas? Obviamente cuenta el apartado físico, pero es subjetivo, por lo que lo omitiré. En promedio, si pudiera decir en una palabra lo que me atrapó bajo esa dulce embriaguez de obsesión sería (su) sinceridad.
Me atraen las personas reales. Las personas que defienden lo que hacen—que son sin esperar ningún tipo de aprobación. No me refiero a cualquier "rebelde sin causa", sino personas que viven dentro de un aura refulgente cuya proximidad te vuelve real también. Ojalá yo sea una de ellas.
Contadas personas son las que he conocido así. Con algunas intento aproximarme en son de amigo. Pero otras flechan, por alguna otra razón, mi corazón. Y a veces yo a ellas.
Pero aún así, ¿qué ha fallado? No quiero ni debo esclarecer detalles, por privacidad, pero pienso que siempre ha habido una tajante razón por la cual, a pesar de que mi amor puede estallar en una supernova, no se consuma en eternidad la unión.
Reflexionando, han habido razones materiales y espirituales—si no fue una, ha sido la otra. No tiene caso pensar en las primeras ya que, lamentablemente, resulta(ron) imposibles de sortear, aunque no le restan importancia a lo que viví. En cambio, las espirituales (que me refiero a modos de ser) me parecen dignas de meditar a continuación.
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¿Qué sucede cuando una fuerza imparable choca con un objeto inamovible?
Se rinden, me develaron.
Hay infinidad de percepciones, la mayoría en desarrollo. Creo que toda persona puede llegar a un punto de claridad mental en la que piense su pensar—madura, protege el bienestar, la paz mutua sin ensalzar su ego. Toda mi vida me han dicho que soy cortés, amable. Vaya, hasta me nombran "señor" probablemente por mi ausencia de gusto por "el pisto y el desmadre" y mi amor por la (salvaje) quietud. Pero quien piense que soy no absuelve lo que hago al final (porque el acto es la resolución del pensamiento).
Admito, definitivamente, que mi pensar y actuar en el pasado no siempre fue el que defiende la Belleza. ¿Pero qué hacer cuando te encuentras con alguien en ese mismo ensimismamiento—en esa misma necedad de pensar que uno está bien y el otro está mal? Se rinden.
La malinterpretación es muy distinta a la intención—si uno promueve la discordia a conciencia es por un sádico gusto. Maldad. Pero la línea que divide la intención de la desesperación es muy delgada—la confusión se vuelve rampante.
Me confieso, muchas veces crucé el linde hacia la pelele interpretación de "me haces daño", porque siempre es más fácil actuarse como la víctima y culpar al otro. Sin embargo, los papeles también se invertían y también me tocaba sufrir inclementes acusaciones.
Demasiadas veces me hice el sordo, pero también era enmudecido a propósito. ¿Uno cómo lidia con eso? Es como jugar ajedrez moviendo las piezas como las mueve tu oponente—hay paralelismo, mas no reacción. Inmutabilidad. Me di cuenta que esta espiral de rigidez nos hunde en un abismo de desconfianza. ¿Puede uno salir de allí? Circunstancias recientes parecen decir que no.
Es muy duro lidiar con la frustración de la imposibilidad. Ninguno pudo (o quiso) cambiar a tiempo ¿Entonces qué se puede hacer? O bien, ¿qué queda por hacer? ¿Qué reflejo quiero ver?
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Purga. Somos espejos. Los espejos varían de forma, pero siempre hacen lo mismo—reflejan lo que somos. Limpia. Ponte enfrente de otro. ¿Qué reflejo (qui)eres?
Amar es descubrirnos infinitos.