Siempre escuchas el mismo canto particular de ése pájaro, que hasta la fecha no sabes qué tipo de pájaro hace ese ruido. Son los mismos sonidos.
Cuando estás en la nada. Cuando no tienes nada. Cuando no hay nadie.
O los ladridos de un perro lejano; a veces feroces, otras, desconcertantes.
La banda de guerra marchando al ritmo de la trompeta. ¿De alguna primaria? ¿Aficionados?
Y escuchas ese rumor urbano. Algún coche pasando de lejos, a cerca y lejos nuevamente. ¿A dónde irá? ¿De dónde viene?
Y no hay nada más, ni nadie más que tú, en ese momento.
La vida deja de tener sentido cuando estás en este punto. De nada y nadie.
Y rememoras las veces en las que sí tenías algo, o alguien. Qué lejanos parecen esos momentos. Como si tan sólo los hubieras recordado, pero no sentir que los habías vivido.
Cuando estás flotando en nada, y con nadie.
No esperas nada ni a nadie.
Sólo estás tú.
El silencio. El ruido. Juntos.
No hay nada ni nadie.
Más que tú.
A lo mejor tocas tu cuello, tu arteria, tu corazón para sentir tus palpitaciones. Porque es dónde más te das cuenta lo vivo que estás.
Porque te das cuenta que lo único que tienes ahora
eres tú mismo.
En esos tiempos de
nada
y
nadie.