He estado yendo a jugar un juego de mesa de RPG con temática de El Señor de los Anillos con un grupo de personas que ubico por la universidad. Desde siempre me han fascinado los juegos de mesa, aunque pocas veces encontraba con quién jugar. Últimamente me he metido más de lleno en ellos, desde su historia hasta su práctica, ya sea virtual o en físico.
Lo disfruto mucho porque el juego sucede desde el primer momento en que abrimos la caja y vamos acomodando las piezas—una sociedad emerge. Entre las preguntas sobre cómo jugar, las direcciones, los chistes, etc., la interacción de esta índole es parte intrínseca del juego de mesa. La aventura, aunque ficticia, verdaderamente nos une—sufrimos y celebramos intensamente los eventos contingentes del juego—¿acaso no es hermoso?
Deviene una armonía entre los jugadores donde se discute—a la par de eminentes filósofos— epistemología, metafísica, lógica, etc., eso sí, dentro de los límites del juego en cuestión.
Con esto confirmo que del juego emerge el cuestionamiento, el asombro, la creación.
Es un enorme placer.