A continuación develo algunos pensamientos de completa lucidez:
Esta semana cumplo 29 años. ¡Me siento jubiloso! Sobre todo porque, desde que comenzó el fin del mundo en el 2020, mi vida ha sido un delirio surreal, de tantos aprendizajes—me resulta una muda de piel anímica—el pasado ya se ve tan distante. Quisiera celebrarlo, pero no sé cómo.
Entre otras reflexiones, tras diseccionar como pétalos mis pensamientos, descubro la hilaridad de la vida—continuamente me alejo de estándares, formas sólidas de Ser. Esto me ha permitido llevar con genuino humor la incertidumbre del azar.
También, descarno de ilusiones la "realidad", al menos la mía—mis "problemas" palidecen ante el tormento de la realidad misma que puede llegar a ser.
A veces me pregunto si está bien o mal desplegarse tanto públicamente, pero, por un lado, ¿qué importa? Y por otro, la sociedad digital, espectacular—¿de qué otra manera ser escuchados en un mundo que nos separa cada vez más?
Y, cuando no estoy en algún tipo de trance creativo, pienso en mí—me desenvuelvo—mi carne y mi sangre en un museo—y me veo: <<No mames, ¿ese soy yo?>> Sísifo, sí toda mi vida ha sido una constante de incógnitas por entenderme y develar el secreto de la felicidad.
Y descubrí que no hay secreto ni objetivo por alcanzar—uno mismo, perpetuamente, debe plantar las semillas para recoger gozoso la fruta, que resulta comunal. La felicidad es un proceso.
Y también me llegan pensamientos un tanto oscuros, pero en un sentido espectacular—de aquella negrura que refulge en un mundo de total iluminación. Es decir, permitirse sentir el espectro completo que separa la vida y la muerte— tantear el infinito de ambos.