Una situación que he vivido últimamente es la mutación de la verdad o realidad que mi cuerpo/alma percibe, particularmente con el concepto de los secretos. Desde chico he tenido una obsesión con ellos, con lo que implican. Como los instrumentos criptográficos: aparentan algo, pero en realidad son otra cosa (¿acaso no es bello?) Un secreto es mantener oculto algo tan hermoso y poderoso que lo cuidamos como cuidamos nuestra propia integridad, estructura de nuestra realidad.
Los secretos me seducen, me gusta que me oculten la realidad—implican un poder catastrófico compartido entre lo que alguien sabe y lo que yo puedo hacer si me entero de el. Mentir no es lo mismo que ocultar un secreto. Una mentira es de paso, mientras que un secreto puede ser eterno. La mentira es la prostituta de la palabra—usada por todas las personas en su inagotable efectividad. En cambio, un secreto necesita de un ritual. Necesita de una historia convulsa—nacer entre lo mágico y lo terrible—de un amor prohibido entre la luz y la oscuridad, el hijo bastardo de la verdad.
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Develar nuestros secretos es una danza, es sexo. Uno puede jugar sus cartas, tarot, develando por azares contingentes lo que realmente somos poco a poco. El pudor se desvanece para develar el Poder, Poder de Ser—Poder de dejarnos Ser. Nos volvemos magnéticos—polos opuestos que nos atrae la lujuria de saber.