martes, 30 de noviembre de 2021

Mímesis y diégesis.

J Dilla - Colors of You (Extended 1 hour version)

... la Realidad Virtual prioriza el espectáculo sobre la lectura de la imagen, entendiendo ésta como un acto de análisis reflexivo sobre un texto. Y en las representaciones hiperrealistas de la RV se han eliminado aquellas infidelidades o imperfecciones representativas en las que Arnheim vio el origen de las potencialidades artísticas de la fotografía y del cine, que al no ofrecer copias perfectas del mundo, sino imperfectas reelaboraciones técnicas, permitían que el artista pudiese trabajar sobre ellas con gran productividad estética. El hiperrealismo de la RV elimina todo el potencial expresivo y estético derivado de las elipsis, sinécdoques y metáforas que han forjado la identidad estética de la narrativa audiovisual a lo largo de un siglo.

Del bisonte a la realidad virtual, de Román Gubern 

Los mundos virtuales son, en efecto, laberintos formales y no materiales. El laberinto se opone al camino recto, expedito y obvio, pues es engaño y disimula en sus itinerarios. Y el ciberespacio, bajo su apariencia de imagen-escena envolvente, esconde un laberinto que propone al cuerpo del operador, con cada movimiento, nuevas experiencias espaciales. Pues cada iniciativa del operador no es más que la exploración de una rama en un sistema informática arborescente, con diversas ramificaciones derivadas, como ocurre en la exploración del hipertexto. Pero el hipertexto, con su abanico de opciones arborescentes ante el operador, no hacía más que traducir, en lenguaje informático y con fines enciclopedistas, los caminos diversificados de un laberinto intelectual. la RV ha trasladado esta estructura informática laberíntica al campo de la sensorialidad y de la aventura topográfica.

Del bisonte a la realidad virtual, de Román Gubern 

 

Todo lo que comparto es una extensión de mi conciencia. Encuentro lo que enciende mi mente y me permite reflejarlo cual prisma. Pero sólo soy  a través del otro. Por éso comparto públicamente las interminables piezas que conforman mi alma fractal. Por éso uno debe expresarse, nunca callarse. Atreverse a ser.

Conoco - Ventola

Mariposas iridiscentes.

sábado, 27 de noviembre de 2021

G A S - Zauberberg #3

Fundir tu alma con la oscuridad de lo inexplorado.

G A S - Pop #4

viernes, 26 de noviembre de 2021

jueves, 25 de noviembre de 2021

Muslimgauze - Qom

Guerras basadas en ilusiones de grandeza.

martes, 23 de noviembre de 2021

Sogar - L2

SLOATI - Blur Syndrome

 ... los psicólogos de ahora insisten en el hecho de que no vivimos ante todo en la conciencia de nosotros mismos, ni siquiera, por lo demás, en la conciencia de las cosas, sino en la experiencia del otro. Jamás nos sentimos existir sino tras haber tomado ya contacto con los otros, y nuestra reflexión siempre es un retorno a nosotros mismos, que por otra parte debe mucho a nuestra frecuentación del otro.

...

... nadie puede creer sino en lo que reconoce por verdadero interiormente, y al mismo tiempo nadie piensa ni se decide sino ya tomado en ciertas relaciones con el otro que orientan de preferencia hacia tal especie de opiniones. Todos están solos y nadie puede abstenerse de los otros, no sólo por su utilidad  -que aquí no está cuestionada-, sino por su felicidad.

El mundo de la percepción, de Maurice Merleau-Ponty 

Thomas Fehlmann - Seerosengiessen




Thomas Fehlmann - Treatment

Piano anamórfico aéreo.

lunes, 22 de noviembre de 2021

domingo, 21 de noviembre de 2021

Todes somos animales.

Vladislav Delay - He Lived Deeply

Esta canción me derrite en un océano de éter.

Catalizadores de deseo

 ... las cosas no son simples objetos neutros que contemplamos; cada una de ellas simboliza para nosotros cierta conducta, nos la evoca, provoca por nuestra parte reacciones favorables o desfavorables, y por eso los gustos de una persona, su carácter, la actitud que adoptó respecto al mundo y del ser exterior, se leen en los objetos que escogió para rodearse, en los colores que prefiere, en los paseos que hace.

... 

Nuestra relación con las cosas no es una relación distante, cada una de ellas habla a nuestro cuerpo y nuestra vida, están revestidas de características humanas (dóciles, suaves, hostiles, resistentes) e inversamente viven en nosotros como otros tantos emblemas de las conductas que queremos o detestamos. La persona está investida en las cosas y éstas están investidas en ella. 

El mundo de la percepción, de Maurice Merleau-Ponty 

sábado, 20 de noviembre de 2021

Ser conlleva más que ser reconocido, debes significar.

i am robot and proud - The Electricity in Your House Wants to Sing

viernes, 19 de noviembre de 2021

 La realidad virtual será social o no será.

martes, 16 de noviembre de 2021

lunes, 15 de noviembre de 2021

Alva Noto & Ryuichi Sakamoto - Vrioon


En este música encuentro mucha paz y reflexión. Danza entre amor y pesadumbre, análisis y emoción. Me gusta mucho.

sábado, 13 de noviembre de 2021

La música entre los límites de los universos

Las cosas

son en relación a otras cosas.

Nosotros somos quienes somos en relación a otros.

La incógnita es ¿cuál es la relación?

Gigi Masin - Clouds

 Creemos arte con lo que nos queda.

The Beach Boys - Don't Talk (Put Your Head On My Shoulder)

viernes, 12 de noviembre de 2021

jueves, 11 de noviembre de 2021

lunes, 8 de noviembre de 2021

Triosk - Intensives Leben

 Denzura.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Aphex Twin - On

Tim Hecker - Celestina


Bajo la luz del alumbrado público a las 3 de la mañana.

sábado, 6 de noviembre de 2021

Technofeudalism: Explaining to Slavoj Zizek why I think capitalism has evolved into something worse

 


Smoke Trees - Date 9: Stacy bei Regenwetter

Amar es darnos significado en el breve tiempo que somos.

Alice Coltrane - Reflection on Creation and Space

El silencio es un bien comunal, de Ivan Illich, 1982


Ya se aprecia claramente que las máquinas que imitan al hombre están usurpando todas las facetas de la vida cotidiana y que tales máquinas están forzando a la gente a comportarse como ellas. Los nuevos dispositivos electrónicos tienen el poder de forzar a la gente a “comunicarse” entre sí y con éstos en términos de la máquina. Aquello que estructuralmente no se adapte a la lógica de las máquinas es efectivamente depurado de una cultura dominada por su utilización.

El comportamiento maquinal de la gente encadenada a la electrónica constituye una degradación de su bienestar y su dignidad, lo cual, para la gran mayoría y a largo plazo, se tornará intolerable. Observar el efecto enfermante de los ambientes programados demuestra que en ellos las personas devienen insolentes, impotentes, narcisistas y apolíticas: el proceso político se resquebraja debido a que la gente deja de ser capaz de gobernarse a sí misma y exige ser conducida.

Japón es tenido por la capital de la electrónica; sería maravilloso si se tornase, para todo el mundo, en el modelo de una nueva política de autolimitación en el área de las comunicaciones, lo que, en mi opinión, será de aquí en adelante muy necesario si un pueblo desea mantener su autogobierno.

La conducción electrónica como asunto político puede considerarse desde diversas perspectivas. Propondría aproximarnos desde la ecología política. Durante los últimos diez años la ecología ha adquirido un nuevo significado. Es aún el nombre de una rama de la biología profesional, pero ese término sirve cada vez más para designar a un público general amplio y políticamente organizado que analiza e influye sobre las decisiones técnicas. Los nuevos dispositivos de gestión electrónica implican un cambio técnico del entorno humano que para ser benigno debe mantenerse bajo control político (uno que no sea sólo de los expertos).

Distingamos al medio ambiente como bien común del medio ambiente como riqueza. De nuestra habilidad para hacer esta particular distinción depende no sólo la construcción de una teoría ecológica sensata, sino una efectiva jurisprudencia ecológica.

Debemos distinguir entre los bienes comunales en los que se enmarcan las actividades para la subsistencia de la gente, y las riquezas de la tierra (los recursos naturales) que sirven para la producción económica de aquellos bienes de consumo sobre los que se asienta la vida actual.

Si fuera poeta, discípulo del gran Basho, quizá podría hacer esta distinción en 17 sílabas de manera hermosa e incisiva para que llegara al corazón y fuera inolvidable.

Por desgracia, no soy poeta. Debo expresarme en inglés, un lenguaje que en los pasados cien años ha perdido la habilidad para hacer tal distinción.

Commons es una palabra del inglés antiguo. Según mis amigos japoneses, está bastante próxima al significado que iriai tiene aún en japonés. Commons, al igual que iriai, es un término que en la época preindustrial se usaba para designar ciertos aspectos del entorno. La gente llamaba comunales a aquellas partes del entorno para las cuales el derecho consuetudinario exigía modos específicos de respeto comunitario. Eran comunales aquellas partes del entorno que quedaban más allá de los propios umbrales y fuera de sus posesiones, por las cuales —sin embargo— se tenían derechos de uso reconocidos, no para producir bienes de consumo sino para contribuir al aprovisionamiento de las familias. La ley consuetudinaria que humanizaba el entorno al establecer los bienes comunales era, por lo general, no-escrita. No sólo porque la gente no se preocupó en escribirla, sino porque lo que protegía era una realidad demasiado compleja como para determinarla en párrafos. La ley de bienes comunales regulaba el derecho de paso, de pesca, de caza, de pastoreo y de recolección de leña o plantas medicinales en los bosques.

Un roble podía ser parte de los bienes comunales. Su sombra, en verano, estaba reservada al pastor y su rebaño; sus bellotas se reservaban para los cerdos de los campesinos próximos; sus ramas secas servían de combustible para las viudas de la comunidad; en primavera, algunas de sus ramas jóvenes se usaban para ornar la iglesia y al atardecer podía ser el sitio de la reunión de los habitantes. Cuando la gente hablaba de bienes comunales, iriai designaba un aspecto del entorno limitado, necesario para la supervivencia de la comunidad, necesario para diversos grupos de maneras diferentes, pero que —en un sentido económico estricto— no era entendido como escaso.

Cuando hoy, en Europa, utilizo ante estudiantes universitarios el término commons (en alemán Almende o Gemenheit, en italiano gli usi civici) mis oyentes piensan de inmediato en el siglo XVIII. Piensan en aquellas praderas de Inglaterra donde los habitantes tenían unas cuantas ovejas cada uno, y piensan también en el “confinamiento de los campos de pastoreo” que transformó las praderas comunales en recursos donde criar grandes rebaños con fines comerciales. En primera instancia, no obstante, los estudiantes piensan en la nueva pobreza que ese confinamiento trajo aparejada: el empobrecimiento absoluto de los campesinos que fueron forzados a abandonar las tierras en pos de un trabajo asalariado; piensan, por último, en el enriquecimiento comercial de los señores, los lores.

En su inmediata reacción, los estudiantes piensan en el surgimiento de un nuevo orden capitalista. Al confrontarse con esa dolorosa novedad, olvidan que ese confinamiento trajo implícito algo más básico aún. Las vallas que cercaron los bienes comunales inauguraron un nuevo orden ecológico. El cercamiento no sólo transfirió el control de los campos de pastoreo de los campesinos al señor; también marcó un cambio radical en las actitudes de la sociedad frente al entorno natural. Antes, en cualquier sistema jurídico, la mayor parte del entorno se consideraba un ámbito comunal, del cual la mayoría de la gente podía abastecer sus necesidades básicas sin tener que recurrir al mercado. Después del cercamiento, el entorno natural se volvió principalmente una riqueza al servicio de “empresas” que, al organizar el trabajo asalariado, transformaron la naturaleza en bienes y servicios de los que depende la satisfacción de las necesidades de los consumidores. Esta transformación está en el punto ciego de la economía política.

Este cambio de actitudes puede ilustrarse mejor si pensamos en las calles en vez de considerar las áreas de pastoreo. Qué enorme diferencia vemos en los barrios de la Ciudad de México durante los últimos veinte años. Entonces las calles de los barrios eran realmente ámbitos comunales. Alguna gente las utilizaba para vender hortalizas y carbón de leña. Otros colocaban sus sillas en las aceras para beber café o tequila. Otros se reunían en la calle para decidir quién sería el nuevo representante del vecindario, o para determinar el precio de un asno. Otros conducían sus asnos por entre la multitud, caminando próximos a sus bestias de carga; otros montaban en sus sillas. Los niños jugaban en las zanjas y, aún así, los caminantes podían usar la calle para ir de un sitio a otro.

Las calles no fueron construidas por la gente. Como cualquier otro ámbito común, la calle misma era el resultado de la gente que allí vivía y tornaba habitable ese espacio. Las viviendas que franqueaban las calles no eran hogares privados en el sentido moderno: garajes para el depósito nocturno de los trabajadores. El umbral separaba aún dos espacios vivientes, uno íntimo y otro común. Pero ni los hogares en su sentido íntimo ni las calles como ámbitos comunales sobrevivieron al crecimiento económico.

En los nuevos barrios de la ciudad de México las calles no son ya para la gente. Son ahora carreteras para coches, para autobuses, taxis y camiones. La gente es difícilmente tolerada en las calles a menos que se dirija hacia la parada del autobús. Si ahora la gente se sentara o detuviera en las calles sería un obstáculo para el tránsito, y el tránsito sería peligroso para quien así lo hiciere. La calle fue degradada, de bien comunitario a un simple recurso para la circulación de vehículos. La gente ya no puede circular por sus espacios, el tránsito desplaza su movilidad. Sólo puede circular cuando se le acota y se le traslada.

La apropiación de los campos de pastoreo por parte de los señores fue desafiada, pero la más fundamental transformación de esas áreas (y de las calles) de bienes comunales a recursos, aconteció —hasta hace muy poco— sin ser objeto de crítica. La apropiación del entorno por la minoría fue claramente reconocida como un abuso intolerable, pero la aún más degradante transformación de las personas en miembros de una fuerza de trabajo industrial y consumidores fue tomada —hasta hace poco— como algo natural. Durante casi cien años la mayoría de los partidos políticos se negó a admitir la acumulación de los recursos naturales en manos privadas. Sin embargo, este cuestionamiento se concentró en la utilización privada de esas riquezas, sin distinguir lo que sucedía con los ámbitos y bienes comunales. De tal modo ha sido así que aun mucho de la política anticapitalista refuerza la legitimidad de esta transformación de los bienes comunes en recursos.

Sólo muy recientemente, en la base de la sociedad, un nuevo tipo de “intelecto popular” comienza a reconocer lo que ha estado aconteciendo. El confinamiento le niega a la gente el derecho a esa clase de entorno en el cual —a lo largo de la historia— se había fundamentado la economía moral de la subsistencia. El confinamiento, una vez aceptado, redefine la comunidad: socava la autonomía local de la comunidad. El confinamiento de los bienes comunales favorece los intereses de los profesionales y burócratas estatales, y los de los capitalistas. Este confinamiento permite al burócrata definir la comunidad local como un ente incapaz de proveerse de lo necesario para su propia subsistencia. Las personas se tornan individuos económicos que dependen para su supervivencia de las comodidades producidas para ellos. Fundamentalmente, gran parte de los movimientos ciudadanos representan una rebelión contra esta inducida redefinición de la gente como consumidores.

La idea era hablar de electrónica, no sobre campos de pastoreo y calles. Pero soy historiador; quise hablar primero de los ámbitos y bienes comunales del pasado, según los conocía, para luego decir algo sobre la presente y mucho mayor amenaza contra los ámbitos comunales por parte de la electrónica.

Soy un hombre que nació hace 55 años en Viena. Un mes después de mi nacimiento fui subido a un tren y luego a un barco que me llevó a la isla de Brac. Allí, en una aldea de la Costa Dálmata, mi abuelo deseaba bendecirme. Mi abuelo habitaba la casa donde su familia vivía desde la época en que los Muromachi gobernaban desde Kyoto. Muchos habían sido los gobernantes de la Costa Dálmata: el dux de Venecia, los sultanes de Estambul, los corsarios de Almissa, los emperadores de Austria y los reyes de Yugoslavia. Pero todos estos cambios en los uniformes y el lenguaje de los gobernantes, poco alteraron la vida cotidiana en los 500 años anteriores. Las mismas vigas de olivo soportaban aún el techo de la casa de mi abuelo. El agua se recogía en las mismas losas de piedra sobre el techo. El vino era prensado en las mismas cubas, el pescado cogido desde el mismo tipo de embarcaciones y el aceite provenía de los árboles plantados cuando nacía la ciudad llamada Edo, hoy Tokyo.

Mi abuelo recibía las noticias dos veces al mes. Cuando yo nací, para la gente que vivía alejada de las rutas principales, la historia aún fluía lenta, imperceptiblemente. Gran parte del entorno era aún un bien común. La gente vivía en las casas que ella misma había construido; se desplazaba por caminos que eran apisonados por el paso de sus propios animales: era autónoma en la obtención y el aprovechamiento de las aguas; dependía tan sólo de su voz cuando deseaba hablar alto. Todo cambió con mi llegada a Brac.

En el mismo barco en el que yo llegué en 1926, arribaba el primer altavoz a la isla. Muy poca gente allí había oído hablar de tal cosa antes. Hasta aquel día, hombres y mujeres hablaban con voces más o menos igualmente potentes. Todo eso cambiaría. El acceso al micrófono determinaría qué voces se amplificarían. El silencio dejó de ser un bien común; se tornó un recurso por el que habrían de competir los altavoces. El lenguaje en sí pasó de ser un bien común local a un recurso nacional para la comunicación.

Así como el confinamiento de los ámbitos comunales por parte de los señores incrementó la productividad nacional negándole al campesino que criase unas cuantas ovejas, así la usurpación provocada por los altavoces destruye ese silencio que durante toda la historia le otorgara a cada hombre y mujer su propia voz. Al menos que tengamos acceso a un altavoz, estamos silenciados.

Espero que el paralelismo sea visible ahora. Así como los ámbitos y bienes comunales de espacio son vulnerables y pueden ser destruidos por la motorización del tránsito, así los ámbitos comunales de expresión son vulnerables y pueden ser fácilmente destruidos por la usurpación que de ellos ejercen los modernos medios de comunicación.

Cómo entonces oponerse a la usurpación —impulsada por los nuevos artificios y sistemas electrónicos— de aquellos ámbitos comunales más sutiles y más íntimos a nuestro ser que los campos de pastoreo y las calles. Bienes comunales que por lo menos son tan valiosos como el silencio. El silencio, según las tradiciones occidental y oriental, es necesario para que surja la persona. Nos lo arrebatan las máquinas que nos imitan. Fácilmente podemos hacernos cada vez más dependientes de las máquinas para hablar y pensar, del mismo modo que ya somos dependientes de las máquinas para trasladarnos.

Semejante transformación del entorno, de bien común a recursos productivos, constituye la forma básica de la degradación ambiental. Esta degradación tiene una larga historia, que coincide con la historia del capitalismo pero que de ningún modo puede reducirse a ella. Por desgracia, la importancia de esta transformación ha sido ignorada o minimizada por la ecología política hasta el día de hoy. Es necesario que se le reconozca si pretendemos organizar movimientos para la defensa de lo que aún queda de los bienes comunales. Esta defensa constituye la tarea pública crucial para la acción política actual. Tal tarea debe emprenderse con urgencia, puesto que los bienes comunales pueden existir sin policía, pero los recursos naturales no. Así como sucede con el tránsito, las computadoras requieren policías, en cada vez más cantidad y de formas cada vez más sutiles.

Por definición, las riquezas requieren de la policía para su defensa. Una vez defendidas, su recuperación como bienes comunales se torna más y más difícil. Ésta es una razón especial para tal urgencia.

jueves, 4 de noviembre de 2021

H.Takahashi - Quiet

Debo admitir que mi estado sentimental no es el mejor ahora mismo, por éso me desahogo escribiendo aquí, y agradeciendo a quienes me han escuchado personalmente ya. Escribiré mucho de cualquier forma.

Sí, duele muchísimo forzarse a dejar de amar, desamar siendo, poquito a poquito, deconstruir lo que, con mucho esfuerzo, conflictos, alegrías, malinterpretaciones, esperanza y desesperación se iba alzando. Ninguna maravilla se construyó sin accidentes.

Amar es darnos significado en este breve tiempo que somos. Desamar es reformular nuestro espíritu, volver a las preguntas primarias: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Por qué hice ésto? ¿Por qué no lo hice de otra manera?

El mundo se vuelve sórdido. La ausencia oscurece al sol. El futuro se deslizó fuera de mis manos, roto en pedazos, como fragmentos de espejo cuyo reflejo es mi propio rostro.

Me siento mal. Estaré bien.

Don Cherry ‎- Eternal Now

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Diario sonoro #1

Autechre - Bronchusevenmx24

Sobre el metaverso (corporativo) #1

La sociedad vive en falsedades, ficciones. Por un lado me emociona las nuevas perspectivas que se están abriendo, por otro me enerva las ilusorias capas con la que nos estamos cubriendo para alejarnos cada vez más de lo que, "realmente", es "real".

El problema, creo, es la centralización de estas herramientas en pocas corporaciones: reificando aún más, desde las redes sociales, nuestras interacciones sociales. Teniendo una infinita gama de posibles expresiones, me espanta que se vayan a reducir a 7 (como en FB).

Ésto reducirá aún más nuestra cultura en simples artificios comerciales como "me gusta", en lugar de enriquecer verdaderamente un metaverso utópico basado en la interacción digitalmente humana, no capitalista, como Facebook, Microsoft quieren hacer.

Es decir, necesitamos, ahora, un metaverso open-source, código abierto: creado por y para todos, no por unos cuantos para todos.

martes, 2 de noviembre de 2021

lunes, 1 de noviembre de 2021

Trascendencia de ideas

Todo lo que hice mal ha quedado en el pasado. Lo bello se multiplicará, se volverá un continuo. Estoy completamente seguro de ello porque es la vida que deseo. Lo prometo.

Oval - Sediment


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d4niel.cc - Health Machine Times